sábado, 2 de mayo de 2009

El cine, impúdico.

Ayer fué un día extraño. Entré seis veces seguidas al cine, a ver la misma película. Está de más decir el nombre de ésta, pues era muy mala. La entré a ver porque amo a los seres humanos. Creo en la bondad e intenciones correctas.

La primera vez me pareció muy mala, así que salí y deben ver cómo le reclamé al hombre que vendía las entradas. Al final de mi extensa examinación de la película, en la que no evité el uso del mal lenguaje, el hombre tenía la cara de cualquier niño de seis años que justo se enteró que los reyes magos no exísten. "Pero es una película mundialmente reconocida", me dijo. Es garantía de la casa. Tiene el sello de calidad. Si no le ha agradado, podemos ofrecerle un boleto abierto a cualquiera de las demás películas aquí mostradas, en cualquier horario, cualquier día." La expresión de asombro era ahora mía. Es por eso que sigo creyendo en la humanidad. Lo único que ellos quieren es que uno esté a gusto. "Muy bien, deme un boleto para la siguiente función de la misma película." El hombre rompió en estruendosa carcajada, evadiendo mi mirada a cada ciclo de risa nuevo. El silencio fué incómodo, pero seguramente lo fué más para él. No entendí el por qué de la risa. Tal vez la película era una comedia, y yo, eternamente serio, no entendí ninguno de los momentos cómicos de ésta, lo que solamente hizo más atractiva la idea de asistir nuevamente la película.

"Deme enseguida el boleto, pues voy a perderme los anuncios previos" (tradición especial de cualquiera que asista regularmente al cine). El hombre apuró los boletos y corrí a mi asiento.

Tal ha de haber sido mi expresión al salir de la sala, que al verme caminando hacia la puerta con pasos lentos y desolados, el hombre me abordó, con una mirada inquisidora y expectante. "¿Y bien?". El silencio era infinitamente más penoso para mí. Después de pensar unos momentos en una respuesta, aunque falsa, esperanzadora, lo único que ha podido salir de mi boca ha sido un mediocre: "Lo mismo." El hombre, con una mirada paternal, regañadora, se alejó unos pasos de mí. Volteó y comenzó a caminar. A unos pasos del puesto de boletos me dirigió una última mirada. En mucho tiempo no me había sentido tan humillado.

Telefoneé a un amigo. A él lo conozco por un sitio de internet en el que discutimos sobre política, futbol, y de vez en cuando, contamos pequeños detalles de nuestras vidas amorosas. Omitiendo el protocolo, debido a mi urgente situación le conté lo acontecido. "No te preocupes, voy para allá". Y en menos de quince minutos, estabamos ingresando a mi destino, ya conocido.

Durante la función, sonoras carcajadas han salido del alma de mi compañero. Además de alabar el trabajo con cámara, y el gran manejo de ritmo y guión. "A mí no me ha parecido nada de eso. Me parece una película falsa, y predecible de inicio. Y no hablar de todas las tomas injustificadas y el mal trabajo con los actores." "Estás siendo muy injusto. Deberías darle otra oportunidad, creo que aún tienes unos cabos sueltos." Con estas palabras se despidió de mí, argumentando una comida familiar. Yo por mi parte regresé a casa y me cambié de ropa. Eso debía ser, el atuendo con el que asistía no era el adecuado para ese tipo de películas. Me puse algo más ligero.

Acudí a la siguiente función. Era ya de tarde. No conseguí ver completa la película, pues a los diez minutos fuí presa de un epiléptico ataque de tos, y tengo esta costumbre de no toser en las películas, tomada del comentario de un profesor, en segundo grado. Tuve que salir dando traspiés en cada escalón, aguantando el tosido hasta asegurarme de estar en el pasillo, fuera de toda atención de los demás espectadores. Pasado mi fatídico ataque, volví en absoluto silencio a mi asiento. Me había perdido unos cinco o seis minutos, así que decidí no volver a salir, aunque ya me había dado cuenta que el aire en la sala estaba demasiado frío. Sabía que era cuestión de tiempo. Y así fué, en menos de tres minutos comencé a retorcerme en mi asiento, tratando de contener un nuevo ataque de tos. Por fin el ataque había pasado, pero había dado pie a uno nuevo, y éste a otro. Y así transcurrió la función. Al final de ésta me di cuenta que no había prestado atención al filme, y malhumorado pedí un nuevo boleto al mismo hombre que vendía las entradas, que ahora solamente negaba con la cabeza.

Esta vez comencé a escribir en el cuadernillo que suelo llevar conmigo las cualidades de la película, poniendo especial atención en las que la crítica alababa. Escribí tres cualidades, que consistían en detalles de los créditos de inicio. A partir de allí, se volvieron frases negativas, subrayadas y encerradas en grandes y nerviosos círculos. Salí enfurecido, a pedir un nuevo boleto. Este corrió por cuenta de la casa, lo cuál hizo menos sufrido mi enfurecimiento.

Antes de ingresar nuevamente a la sala, me repetí una vez más que amaba a la humanidad, que no todo podía estar tan mal. Después de todo, si a mucha gente le había parecido una gran película, debía ser que como yo había entrado con grandes expectativas, y a mi parecer no las había cubierto, ahora debía entrar sin expectativas, y seguramente pasaría un buen rato, y hasta tal vez, reflexionaría un poco alrededor de los puntos que exponía.

Mis pretensiones de disfrutar esta actividad, se vieron truncadas una vez más cuando, justamente al minuto siete de la película, mi nombre aparecía sobre una pantalla negra, captando la atención de todo el público. "Dirección", decía el crédito. Cargué con esta preocupación durante toda la película, y no disfruté un solo momento de ésta. Al salir de la sala me prometí que nunca más acudiría al cine, y de hecho, amaba un poco menos a la humanidad. Esa actividad tan impúdica de exponerse en tal medida, solo puede ser producto de salvajes. Uno es el desnudista y el otro un sádico voyeur. Es increíble cómo algunos disfrutan esta actividad.

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